Nuestra adaptación al preescolar
La suerte de tener y trabajar en un colegio es que Juan Diego desde que es un bebé de 3 meses me ha acompañado todos los días al preescolar, sin duda ese lugar se ha convertido en su segunda casa y las maestras en una especie de

mamás cuando yo no estoy. Mi chiquitín se siente como pez en el agua y siempre se va feliz a ver qué están haciendo los demás niños en los salones.
Esta semana oficialmente iba a empezar en un salón con un grupo de niños de su edad y yo moría de la emoción de que por fin iba a comenzar a hacer actividades y juegos con su maestra y compañeros y no sólo conmigo en casa. Salimos felices de la casa cantando y fuimos todo el camino contentos los dos, yo estaba segura de que Juan Diego se quedaría feliz en su salón como lo ha venido haciendo desde hace meses, mi sorpresa fue que en lo que llegamos y Gaby mi socia lo recibió, Juan Diego comenzó a llorar y no quería despegarse de mí, lo mismo cuando la maestra lo agarró y fui a dejar mis cosas en la oficina. Así pasamos la mañana, entre llantos cuando me veía pasar cerca.
Quedé confundida, cómo era posible que mi chiquitín fuera el único que llorara cuando estaba más que adaptado al ambiente y el personal. Pero cuando pensé con calma, pude entender que aún cuando no era un lugar nuevo, si era una rutina desconocida, mi gordo estaba acostumbrado a ir y venir de la oficina libremente y de pronto lo dejaba en un salón y aún cuando no se lo dije, él pudo sentir que algo era diferente y que yo estaba emocionada, feliz y ansiosa por su primer día.
Cada cabecita es un mundo y cada niño tiene su ritmo y sus tiempo, a veces creemos que están listos para un cambio y que pueden con algo y luego ellos nos hacen ver que no es así, que todavía nos necesitan y que quieren nuestra compañía para sentirse seguros y toca armarse de paciencia y todo el cariño del mundo para comenzar desde cero y cuando ya estén listos, dejarlos ir solitos.