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Mi maternidad


La mayoría de las mujeres cuando somos pequeñas soñamos con el día en que seamos mamá, jugamos a serlo, cargamos bebés, amamos las muñecas... lo más común es crecer con una semilla de maternidad incluida. Yo era una de esas niñas, soñando toda la vida con el momento en el que me convertiría en mamá, si además le sumamos que estudié educación preescolar y crecí en una familia grande, en donde siempre había un niño chiquito, pues es entendible que ese deseo siempre estuviese ahí. Tener contacto diario con niños pequeños e historias de embarazos hicieron que tuviese una idea bastante amplia de la mayoría de las cosas que te dicen los libros de maternidad. Pero hay algo que nadie te dice y es que hay un gran número de embarazos que no tienen un final feliz, que las estadísticas están ahí, que no importa el número de semanas o meses de gestación eso puede pasar, pero sobre todo, nadie te dice que cuando pasa duele y duele mucho…


Durante mi primer embarazo trataba de imaginar el día en que por fin JuanPi llegara a mis brazos, ese día en que tendría a mi chiquitico conmigo para siempre, en el que llegara la pieza que faltaba para convertirnos en una familia. Fue un embarazo normal y tranquilo, con controles regulares y monitoreos constantes, pero que por cosas de Dios no tuvo el final esperado y justo el día en que conocía el amor más grande también conocía la tristeza más profunda que uno puede sentir. Mi bebé se fue demasiado pronto, dejando muchos aprendizajes, pero también muchos espacios vacíos que nunca se podrán llenar nuevamente.


Hubo momentos muy duros, aún los hay, pero enfrentar al mundo fue y sigue siendo lo más difícil de hacer. Me siento mamá desde el momento en que supe que ese bebé venía pero no tenerlo en mis brazos me convertía en nada, no había días de las madres que celebrar, no había fotos que poner, no había bebé que cuidar…


“¿Es tu primer bebé?” “¿Es hijo único?” Preguntas que a veces no quiero escuchar porque tampoco sé que voy a responder… Decir que sí hace que mi corazón se encoja hasta ponerse como una pasita y siento que traiciono a lo más grande y puro que tengo, pero decir que no es difícil, nadie quiere escuchar una historia triste, no quiero sentirme juzgada o señalada por tener días tristes en donde recuerdo a ese nene que vino a enseñarnos tanto, pero a irse tan pronto.


Mi maternidad ha estado desde el primer día dividida en dos, en una maternidad con un angelito en el cielo y una cargada de risas con un chiquitín que me llena de alegrías constantes, pero soy mamá desde el primer día y eso, eso es lo que importa.

El fin de semana leía que se celebraba el día de la madre “afligida”, de aquellas que no tenemos a un bebé aquí y la verdad es que yo sólo celebro un día porque con bebé en brazos o sin él, siempre he sido mamá.


Cada quien vive la maternidad como quiere y puede, cada quien tiene una historia que quiere o no quiere contar, pero cada maternidad es única y diferente, cada una es especial, agotadora, retadora y llena de un amor inmenso, incluso esa maternidad como la mía en la que hay un huequito que nunca se va a poder llenar.


Hoy mis días están llenos de música, risas y color gracias a Juan Diego y cuando hay días tristes busco subirles el ánimo inventando, haciendo, jugando, lo hago porque sé lo que es tener un cuarto vacío y en silencio, lo hago porque esas risas son mi motor y fueron ellas las que alejaron la tristeza de mí, lo hago porque mi chiquito se merece una mamá feliz que lo ame desmedidamente y que disfrute cada segundo con él. Cada día dejo menos espacios para la tristeza y las lágrimas aunque eso me haga sentir culpable de olvidar a mi primer bebé, pero cuando la tristeza llega y, siempre es sin avisar, yo la dejo porque en el fondo es la manera que tengo de vivir mi maternidad entre este mundito y el cielo.

Recordándote hoy más que nunca mi chiquitín… queriendo que estuvieras aquí jugando y volviéndome loca con tu hermanito…

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